miércoles, 25 de marzo de 2020

A propósito del Estado de Alarma (9): Estado funcional (Gobernabilidad, Valor público y Confianza básica)


Una vez superada o no esta situación podremos reflexionar sobre si necesitamos mas o menos estado y si el Estado es o no el principal actor social en orden a las cosas que más necesitamos hoy, más allá de las ideologías, para garantizar la gobernabilidad como poder y servicio a la sociedad, y mas aún si se sostiene una concepción de  meta sistema Estado-Sociedad que tan magistralmente nos dejo expuesto García Pelayo en 1977, como intelección de lo que supuso  en las postrimerías de los treinta gloriosos del Estado funcional social-administrativo .
Veamos dos ideas clave a mi juicio relacionadas con la gobernabilidad del Estado funcional: de una parte nos encontramos con el ‘Valor Público’ que se centra en la capacidad de las Administraciones para orientar su trabajo hacia lo que más le importa a la gente y a darles servicios relacionados con sus preferencias.  El resultado de esta situación es mejorar la calidad de vida, ser más efectivos en la provisión de servicios públicos, contar con una mejor capacidad de respuesta. Las sociedades producen más valor cuando más y mejor la vida de sus miembros. Así, el valor público puede ser definido como la satisfacción de necesidades humanas presentes y futuras asociadas a la vida mediante el esfuerzo humano organizado. No se trata sólo de la medida en la que las sociedades generen vida y oportunidades de vida para sus miembros, sino, también, la medida en que garanticen el derecho al acceso a esas oportunidades. El valor se torna valor público cuando incluye el ejercicio del derecho a la vida y a la esperanza de vida, es decir, el ejercicio de la libertad. El valor público, en consecuencia, presupone democracia.
 El concepto de valor público asume que la gente tiene la capacidad y la libertad para expresar sus preferencias respecto a las actividades y resultados de la Administración Pública. También asume que las Administraciones Públicas tienen la voluntad y la capacidad para acomodar sus objetivos a las preferencias ciudadanas asume que al entregar el valor público requerido, la ciudadanía estará dispuesta a pagar por él con dinero, con el voto, u ofreciendo su tiempo para colaborar con el gobierno. Un ejercicio auto evaluativo de este valor para el ciudadano es cuando es preguntado pro ejemplo sobre si prefiere educación, sanidad, residencias de mayores o pensiones públicas o privadas. Es decir hay preferencias en algunas materias y en otras no según se le confiere o0no ese valor publico, sin perjuicio de la buena gestión privada pro los denominados bienes privados socialmente preferentes (va. conciertos sanitarios o educativos). En terminas generales sobre la funcionalidad estatal se asocia como indicador de valor público (IVP) al Índice de Desarrollo Humano (IDH)-   elaborado por el Programa de las  Naciones Unidas para el Desarrollo y configurado sobre los tres parámetros de ; esperanza de vida, nivel de alfabetización y PIB/habitante.
La otra categoría es el mantenimiento de la ‘confianza básica’, ya que su pérdida supone en general un estado de ansiedad y temor colectivo de carácter anticipatorio (vg. terrorismo, catástrofes...) y el término es deudor de la psicología social para referirse al bienestar que produce la tranquilidad de confiar en que no va a pasar nada grave en sus vidas. Supone pues también como capacidad que tienen las personas para confiar en sí mismos y eventualmente en los demás. La confianza básica de la colectividad  en la Administración Pública  depende en gran medida del respeto por los valores y principios fundamentales que son la base de toda sociedad democrática que procura entenderse a sí misma y respetar los derechos de sus miembros. Hay buena gobernabilidad si la sociedad piensa que los poderes públicos minimizan el riesgo o garantizan el pronto restablecimiento del orden o status quo.
La gobernabilidad hoy - con más o menos magnitud estatal - como reto incrementar o mantener los índices de valor público y los niveles de confianza básica de la ciudadanía en un contexto en el que la vida aumenta en riesgos, pero a la vez el conocimiento le concede la oportunidad de minimizarlos o superarlos.
La Administración Pública ha venido configurándose como un epifenómeno del Estado, un Estado Administrativo que  Burdeau  en 1975 denominó  Estado funcional moderno, como equivalencia de un Estado de gestión  y que se muestra  como leviatán dirigido y legitimado por el ejercicio de las funciones que la sociedad le exige. El poder estatal administra conforme a las exigencias técnicas sin pretensiones ideológicas de cambio. Sólo el Estado es capaz de resolver los problemas colectivos dadas las notas de complejidad, universalidad, prospectiva e interdependencias sociales. El poder se legitima por el cumplimiento de unos fines que le son dictados por la sociedad, mientras que la función política se legitima por su sometimiento a las previsiones y el cálculo racional. La atención de los fines sociales por el poder tiene su causa en la adaptación de éste a los objetivos de las tecnoestructuras público-privadas emergentes
Parsons  ya en la década de los '50 denomina prerrequisitos funcionales a las necesidades mínimas que ha de  satisfacer todo sistema social en general, estos son; su estructuración para  ser compatibles con otros sistemas;  contar con el apoyo de otros sistemas;  satisfacer una parte significativa de las necesidades de los actores;   fomentar en sus miembros una participación suficiente; ejercer control sobre las conductas potencialmente desintegradoras; controlar  conflictos;  y  un lenguaje para poder sobrevivir.  Estos determinan  las  cuatro tareas principales que deben realizar todas las sociedades para sobrevivir como  la adaptación, logro de objetivos, integración y latencia. Los subsistemas funcionales se ocuparían de cumplir uno o más de esos prerrequisitos, uno de esos subsistemas aquí lo representa el Estado.

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