Este discurso voluptuoso no es sólo una arcana dominationis actual más, como podría suceder con los toros y el futbol, el pan y circo. Algunas expresiones de esta dinámica voluptuosa se enraizaría más en un ¡¡danzad, danzad malditos¡¡. Parece que el político ha sido parte y arte en animación social al modelo consumista y de apariencia de bienestar destinado a una ciudadanía insaciable, por insatisfecha consigo misma, a contentarse con cosas banales y superfluas.
Es cierto que este tiempo ya pasó, y es cierto que la ciudadanía no quería escuchar malos augurios y es cierto que esta alineación inducida por una trama compleja de intereses, ha supuesto que haya pasado o que ha pasado con las crisis de lo público y de lo financiero. No hemos tenido en estos tiempos un Juan Bautista, un Savonarola, un Bonhoeffer que haya criticado la inmoralidad del discurso y de la praxis política, más bien hemos comprobado que instancias, llamadas funcionalmente a la crítica social, se han dedicado a dar pábulo a este discurso. En estos años de supuesta felicidad desenfrenada la comunicación política y la de los más media en general no han hecho sino dejarse llevar por una gran dosis de voluptuosidad, incitando al placer de los bienes objeto de consumo y demás alienaciones. También es cierto que medios más limitados viene avisándonos de la contradicción de un bienestar a costa de un malestar (V. Cristianismo y Justica es un ejemplo pro su constancia y coherencia argumental) Los ejemplos de incitación política voluptuosa en nuestra Comunitat son ya de sobra conocidos, y todavía aun perseveran en algunas voces, y bien es cierto que si se han dicho es porque alguien quería oírlos.
Como este discurso ya está superado, y aunque aún queda pendiente pedir responsabilidades de todo orden, ahora corresponde ya limpiar el jardín administrativo antes de pedir sacrificios a la colectividad.
Es cierto que este tiempo ya pasó, y es cierto que la ciudadanía no quería escuchar malos augurios y es cierto que esta alineación inducida por una trama compleja de intereses, ha supuesto que haya pasado o que ha pasado con las crisis de lo público y de lo financiero. No hemos tenido en estos tiempos un Juan Bautista, un Savonarola, un Bonhoeffer que haya criticado la inmoralidad del discurso y de la praxis política, más bien hemos comprobado que instancias, llamadas funcionalmente a la crítica social, se han dedicado a dar pábulo a este discurso. En estos años de supuesta felicidad desenfrenada la comunicación política y la de los más media en general no han hecho sino dejarse llevar por una gran dosis de voluptuosidad, incitando al placer de los bienes objeto de consumo y demás alienaciones. También es cierto que medios más limitados viene avisándonos de la contradicción de un bienestar a costa de un malestar (V. Cristianismo y Justica es un ejemplo pro su constancia y coherencia argumental) Los ejemplos de incitación política voluptuosa en nuestra Comunitat son ya de sobra conocidos, y todavía aun perseveran en algunas voces, y bien es cierto que si se han dicho es porque alguien quería oírlos.
Como este discurso ya está superado, y aunque aún queda pendiente pedir responsabilidades de todo orden, ahora corresponde ya limpiar el jardín administrativo antes de pedir sacrificios a la colectividad.
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