viernes, 20 de marzo de 2009

La fábula de las abejas

TRIBUNA LAS PROVINCIAS

Viernes, 11 de mayo de 2007

Las fábulas son relatos cortos, en los que suelen intervenir animales, hombres, dioses, plantas y personificaciones, habitualmente con carácter ficticio y siempre con valor simbólico, y que buscan enseñar deleitando mediante el ejemplo y la crítica social.

En el siglo XVIII Bernard Mandeville escribió La fábula de las abejas , que lleva por subtítulo ‘‘Cómo los vicios privados contribuyen a la prosperidad pública” y, en un tono irónico, criticó cómo multitud de personas vivían de las miserias del prójimo. La fábula comienza describiendo el panorama del panal rumoroso (también denominado la redención de los bribones) en los siguientes términos:

“Así pues cada parte estaba llena de vicios, pero todo el conjunto era un paraíso. [...]

Tales eran las bendiciones de aquel Estado: sus pecados colaboraban para hacerle grande. [...]

Así era el arte del Estado, que mantenía el todo del cual cada parte se quejaba. [...]

La raíz de los males, la avaricia, vicio maldito, perverso y pernicioso, era esclava de la prodigalidad, ese noble pecado; mientras que el lujo daba trabajo a un millón más; la misma envidia y la vanidad eran ministros de la industria; sus amadas tontería y vanidad, en el comer, en el vestir y el mobiliario, hicieron de ese vicio extraño y ridículo, la rueda misma que movía el comercio”.

Posteriormente el dios Júpiter, “movido de indignación, al fin airado prometió liberar por completo del fraude al aullante panal, y así lo hizo”.

La deidad desterró los vicios pues y vuelve orden, de tal manera que “los Tribunales quedaron ya aquel día en silencio, porque ya muy a gusto pagaban los deudores, aun lo que sus acreedores habían olvidado, y éstos absolvían a quienes no tenían. [...]

Todos los ineptos o quienes sabían que sus servicios no eran indispensables se marcharon; no había ya ocupación para tantos. [...]

¡Contemplad ahora el glorioso panal, y ved cómo concuerdan honradez y comercio! [...]

Se va el espectáculo, velos se esfuman, y aparece con faz muy diferente. Pues no solamente se han marchado quienes al año se gastaban enormes sumas, sino también multitudes que de ellos vivían viéronse obligadas a tomar igual camino. En vano pretenden pasar a otros menesteres, pues todas las profesiones están colmadas.

Los precios de las casas y de las tierras decaen: [...] el arte de construir está casi muerto, los artesanos no hallan empleo. [...]

Los sobrios que han quedado anhelan saber, no cómo gastar, sino cómo vivir”.

La fábula, como buen instrumento didáctico, ayuda a fijar en la mente ideas y pensamientos morales de modo inolvidable, y en su la moraleja, en forma de interrogante, señala:

“¿Acaso no debemos la abundancia del vino a la mezquina vid, seca y retorcida? La cual, mientras olvida sus sarmientos, ahoga a otras plantas y se hace madera, pero nos bendice con sus frutos apenas es podada y atendida”.

Nada puede objetarse a la pedagogía de la obra, mil lecturas caben de esta irónica obra, desde otras mil ideologías diferentes. Pero la interpretación auténtica del autor es “demostrar que aquellas pasiones de las cuales todos decimos avergonzarnos son precisamente las que constituyen el soporte de una sociedad prospera”.

Podemos reflexionar sobre cuántos zánganos viven del desorden, más allá del siempre citado limbo abstracto de los vagos y maleantes, e ir más allá al cuestionarnos si puede hablarse de buenos y malos cuando la lógica del progreso es la que es. Para el que la vida no le dé tiempo de leer, puede reflexionar, a vuela pluma, sobre la existencia de colegios, hospitales... que sanan y educan mejor. De empresas que nos protegen... y tantas y tantas actividades empresariales y/o profesionales que nos ofrecen bienes y servicios tan imprescindibles en esta sociedad tan compleja y diversa. También se puede reflexionar sobre la dinámica en la que a alguien se le anima a comprar bienes que no va a necesitar o disfrutar, para luego venderlos más caros de lo que realmente cuestan, sin aportar a los mismos ningún valor añadido, contribuyendo así y sin más a la carestía de la vida y a la inflación. ¿Es esto un indicador del progreso, cuando de esa praxis se deriva la consecuencia inmediata de que muchas personas no puedan acceder a una vivienda digna? ¿Y cuando lo digno se convierte en caro?

Hoy todo el mundo al socaire del triunfo de Sarkozy habla de recuperar, de entre otros, el valor del trabajo. Aquí añadimos el del trabajo bien hecho, el consistente en hacer las cosas bien y hacer el bien con ello, contribuyendo con ello al bienestar general, a la gobernabilidad en suma. Pensemos con suma serenidad con esta frase de Charles Peguy: “Desde el trabajo, el respeto se extendía al hogar, el hogar se confundía muy a menudo con el taller y el honor del hogar y el honor del taller eran el mismo. Era el honor del mismo fuego. El dinero no es deshonroso cuando es el salario, la remuneración, la paga’’.
Publicado en http://www.lasprovincias.es/valencia/prensa/20070511/opinion/fabula-abejas_20070511.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario