Pero es la
expresión ‘banalidad del mal’ acuñada por Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal es
el recoge la verdadera lógica de una perversidad político-administrativa del uso de la empresa estatal de dominación. Según Arendt, Adolf Eichmann no poseía una
trayectoria o características antisemitas y no presentaba los rasgos de una
persona con carácter retorcido o mentalmente enferma. Actuó como actuó
simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron
un resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Era un simple burócrata
que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann,
todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de
«bien» o «mal» en sus actos. Para Arendt, Eichmann (…) no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que era considerado por
la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él
inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado
de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un
operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio (…).
Sobre este análisis
Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que algunos
individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin
reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus
actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de
seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son considerados a partir de
sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos
provengan de estamentos superiores.
La frase es utilizada
con un significado universal para describir el comportamiento de algunos
personajes históricos que cometieron actos de extrema crueldad y sin ninguna
compasión para con otros seres humanos, para los que no se han encontrado
traumas o cualquier desvío de la personalidad que justificaran sus actos. En
resumen: eran «personas normales», a pesar de los actos que cometieron.
Por lo tanto es la burocracia
en sí un instrumento neutra para fines buenos en el contexto weberiano;
democracia y capitalismo necesitan de un
formalismo jurídico, técnico -organizativo y sociológico para el progreso
social y el ente gestor es el Estado-Administrativo.
La Administración Pública weberiana es un agente instrumental; racionalizador
de la sociedad; incrementador de la riqueza social disponible y marginador del conflicto social (Estado
social y administrador).
Hoy por hoy no hay
alternativa a esta racionalidad instrumental, y
menos todavía después de las posiciones neoestructuralistas y otros avances en la técnica organizativa
(tecnoburocracia, neoburocracia, neoweberianismo, adhocracia,…) otra cosa será
la racionalidad material ideológica del nazismo, el comunismo, el polpotismo,
el maoísmo y tantos –ismos, en nombre del Príncipe, el Estado o de la política al uso.
En 1941 del
dramaturgo Bertolt Brecht en la obra La resistible
ascensión de Arturo Ui, le hace decir a uno de los
personajes: (…) la perra que engendró a
esta bestia (Hitler) está nuevamente preñada. Por Europa va la perra buscando
un sitio donde dar a luz su cría. Esa perra está entre nosotros (…).
La burocracia democrática
de hoy puede ser un buen antídoto para evitar nuevas industrias de la muerte y
del sufrimiento y si tenemos dramaturgos que nos vayan avisando de posibles
nuevas bestias, tanto mejor.
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