Con esta ingeniosa expresión se
quiere expresar que el tiempo político de algunos llega a su fin, cual eskathon bíblico y que empieza otro tempus político. Bienvenida la expresión
si tiene la vocación de señalar el fin
de una praxis insana en la gestión pública (política, directiva y
administrativa) y con ella la de una casta de semidioses y reyezuelos del poder político deslegitimados carismáticamente
y sólo sustentados en la dominación de tipo burocrático que suponen las reglas del
juego democrático.
Pero mal venida será si el último tic-tac solo trae un mero cambio de actores, de otra casta
distinta pero a la postre casta, que hasta podría ser peor. En realidad nada
nuevo ‘politológicamente’ hablando se cierne sobre nuestro país y menos de
naturaleza nueva, innovadora, lo que es especialmente grave, cuando los actores
nuevos provienen del mundo de la politología. Así en cuanto a la sociología
política actual podemos leer por ejemplo;
(…) que de los análisis realizados por el Departamento de Ciencia
Política de la Universidad Complutense de Madrid quienes en España se dedican a la política
son, entre otras cosas, unos perfectos zoquetes. Su contrastada imbecilidad,
espoleada por una tendencia irrefrenable a la vagancia, les habría incapacitado
para ganarse honradamente su sustento extramuros de los edificios públicos y
como el hambre agudiza el ingenio, por escaso que éste sea, hasta los más
tontos consiguen fabricarse un relojito de madera en forma de sillón, prebenda
o mamandurria (...)
(…)La Asamblea de Madrid es un coladero
de hermanos, exmujeres y hasta “secretarias” de partido colocados en
puestos de confianza y libre designación cuya remuneración alcanza, en el mejor
de los casos, los 82.096 euros brutos al año (…).
Esperemos que el fin del tic-tac no suponga otra vez en la
historia, como avisara Von Stein, la
lucha de una sociedad dividida en clases
sociales, que no buscan sino controlar
el Estado en función de sus propios intereses, y que conduce de facto a un
Estado dictatorial, aunque sea formalmente democrático, en el que el aparato
administrativo está al servicio de los intereses de una clase o sector sobre
los de otros.
Como en la época de Stein la solución, no es otra revolución
social que solo implique la imposición de los intereses de otra clase
nueva, sino un Estado revolucionador del estatus que esté por encima de los
intereses de todas las clases o sectores sociales. Y en lo que nos concierne
domésticamente, ahora se trataría de cumplir con la cláusula (política constitutiva) de Estado
social democrático y de derecho y
Administración Pública eficaz, eficiente, imparcial, meritocrática (1-3, 23 y
103 CE’78).
BOGUMIL (1999) indica que en las
administraciones actuales el ciudadano es a la vez soberano, receptor de servicios y coproductor/codecisor
de los servicios y políticas públicas.
En este aspecto llevamos 36 años de déficit cronológico de
una Administración Pública a la altura de las exigencias constitucionales y la
razón no es otra que una lectura
incorrecta sobre la articulación de la separación política-administración, sobre
la que se ha hecho una interpretación heterodoxa o, se incurre deliberadamente
en una heteropraxis.
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