domingo, 20 de octubre de 2013

Pensamiento político y Administración Pública (1): Ayer y Hoy

Hobbes diría que cualquier orden serviría si aseguraba la existencia de la sociedad. (…) Si el orgullo no se inclina ante la diké ni se redime mediante la gracia, entonces se rendirá ante el Leviathan que es el rey de todas las criaturas soberbias. Si las almas  no pueden participar en el logos, entonces el soberano que inspira terror en las almas será la esencia del Estado El  rey de la arrogancia debe romper al amor sui que el amor dei no puede doblegar - Cap 17- (…).
 Afirmaciones gruesas y confusas hoy pero con Eric Voegelin (La nueva Ciencia Política. Una introducción, 1954 ) recordaremos  que  in totum el Leviathan no pude identificarse in totum con las monarquías absolutas ni con el totalitarismo. Para Voegelin el Leviathan no es sino el correlato del orden frente al desorden de los gnósticos. Ya lo dijimos pero la crítica ha confundido la posesión absoluta del poder con su ejercicio absoluto. Frente al poder inmenso y arbitrario  de algunos de su época, Hobbes aspiraba a un poder colectivo para neutralizar esas manifestaciones que le aterraban. Expectativas ideales de lo colectivo que seguirán en el pensamiento de Hegel o Von Stein. No siendo ingenuos sabemos de los males del poder absoluto – civil, militar o religioso -en manos de privados o en nombre de lo público.
El  discurso de Weber  tampoco es ingenuo – sobreentendida su metodología sociológica del tipo ideal -   pues con lo que  denomina  ‘El estado racional como asociación de dominio institucional con el monopolio del poder legítimo’, se  insisten  en la idea de que sociológicamente el Estado moderno sólo puede definirse en última instancia a partir de un medio específico de la coacción. El Estado  es aquella comunidad humana que en el interior de un determinado territorio reclama para sí   el monopolio de la coacción física legítima, resultando  la fuente única del derecho de coacción.      La “política” no es sino la  aspiración a la participación en el poder, o a la influencia sobre la distribución del poder. Una cuestión es  política  siempre que haya un interés en  la distribución, la conservación o el desplazamiento del poder. El que hace política aspira a poder, ya sea como medio al servicio de otros fines —ideales o egoístas—, o poder por sí mismo, o sea para gozar del sentimiento de prestigio que confiere.
     El Estado,- recordemos la obra de G. Burdeau de los ’70 - al igual que  las asociaciones políticas precedentes, es una relación de dominio de hombres sobre hombres basada en el medio de la coacción legítima, que precisa  que los hombres dominados se sometan a la autoridad dominante, bien por motivos internos de justificación – dominación tradicional, carismática y legal -,  bien  por  los medios externos en los que la dominación se apoya.
Al margen de la autoridad que se justifica en las tradiciones o en el carisma, los poderes políticamente dominantes, se apoyan en una empresa de dominio que requiere una ‘administración’ continua  dispuesta  de  los  elementos  necesarios para el empleo físico de la coacción, a saber: el cuerpo administrativo personal y los medios materiales de administración.      El cuerpo administrativo, como representante de  la empresa política de dominio no sólo es garante de la obediencia en virtud del tipo de legitimidad de la autoridad si no debido al interés personal que supone la  retribución material y el honor social. Si a ello añadimos el postulado funcional/¿disfuncional? de la dirección política del  aparato administrativo, se explican muchas cosas, entre otras el ocaso de la república romana, las advertencias de Salvador de  Madariaga sobre los totalitarismos, y la inmejorable descripción que hiciera W. Churchill sobe al democracia como el sistema político menos malo, de los hasta ahora conocidos. La democracia se le sana con más democracia, con apuesta de la separación de poderes y del principio de legalidad en el marco de un Estado social y de derecho. Exigiendo a los gobernantes que hagan efectivas en definitiva las políticas constitutivas, normativas y distributivas, y por supuesto siempre permitiendo que el poder  ni se posea de manera absoluta, y menos  todavía que así se ejerza.
 
Leamos, por conocido, el extracto de la carta de Lord Acton, (John Emerich Edward Dalkberg) al obispo Mandell Creighton de 1887.
(...) No puedo aceptar su doctrina de que no debemos juzgar al Papa o al Rey como al resto de los hombres con la presunción favorable de que no hicieron ningún mal. Si hay alguna presunción es contra los ostentadores del poder, incrementándose a medida que lo hace el poder. La responsabilidad histórica tiene que completarse con la búsqueda de la responsabilidad legal. Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos, incluso cuando ejercen influencia y no autoridad: más aún cuando sancionas la tendencia o la certeza de la corrupción con la autoridad. (...)

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