sábado, 12 de febrero de 2011

Productividad y Sector Público (5): La fábula de las abejas

Nuestros vecinos franceses cuando alguien les pregunta cómo les va, ¿va todo bien? ¿Cómo va eso? utilizan la expresión “comment ça va?”, o un coloquialmente ¡ça va¡ similar al manido ok. Va bien.
Un artículo intitulado ‘sin democracia económica no hay democracia política’, refleja que a finales de 2010, estamos peor que hace un año. Cualquiera puede haber leído que el Estado no ha ingresado en la tesorería de la Seguridad Social 5.207 millones de euros por cuotas de los trabajadores que están en situación de desempleo, que España, se enfrenta a la perspectiva de años de deflación dolorosa y agotadora. Hemos podido leer igualmente que un Ayuntamiento Valenciano de gran dinamismo en los últimos tiempos se ha visto forzado a la reducción notoria de su plantilla. Los mismos de otros de la Comunidad Madrileña, por no hablar de los precedentes en Andalucía.
Visto el comportamiento colectivo, a pesar de la crisis, España no va bien, pero a la gente, en general, vive razonablemente bien. Ya no como en los felices previos, pero tampoco como en la posguerra. Relativamente según con quien nos comparemos, va bien. Podría atribuirse esta suerte de complacencia ciudadana al nivel de bienestar público conseguido en estos últimos años, que permite disponer de parte de la renta, al estar sufragados públicamente una buena parte de las necesidades vitales clave del Estado del Bienestar como se sabe -. Por eso, en esta crisis económica, mientras el producto interior bruto de Europa cae tanto como el de Estados Unidos, los europeos no están sufriendo el mismo grado de miseria.
Me viene a la memoria que el, 11 de mayo de 2007 se publico un artículo mío en las provincias intitulado ‘La fábula de las abejas’, que hablaba de la tesis de Mendeville sobre cómo los vicios privados contribuyen a la prosperidad pública, el cual en un tono irónico, criticó, ya en su época, cómo multitud de personas vivían de las miserias del prójimo.
Acaso no vivimos ahora una complacencia colectiva con la actividad política, permitiendo que haya una productividad derivada hacia otros fines no generales pero sí redundan a favor de algunos. Cuando algunos de esos son beneficiarios de esta desviación, la callada por respuesta por muy ilegal o inmoral que sea (Sindicatos, Empresas, Iglesias, ONGs, Colegios profesionales, instituciones educativas…)
Imaginemos que a un partido político en el gobierno, se le ocurriera establecer una trama público-privada para prestar servicios públicos, de suficiente calado como para emplear a sus afines y favorecer a sus clientes. Imaginemos que la cuota de poder obtenida en las urnas les permite ofrecer a sus correligionarios del partido, amigos y parientes y demás compromisos, puestos políticos, en la Administración Pública existente o en las se creen ad hoc (fundaciones, sector empresarial,…) Pero la clientela es tal que el pastel no basta y se ha de recurrir a la contratación administrativa – el contratista adjudicatario se ve obligado a contratar a afines del partido, salvo que la empresa se ha creado al efecto. Incluso podría pensarse que el partido mediante dudosa financiación. Dejaríamos incluso al diablo inventar otros mecanismos, sino fuera porque esta dinámica – denominada del botín, cesantía o spoil system – hubiese ya terminado con la Administración Pública profesional y por el revulsivo que supuesto que James Abraham Garfield (vigésimo presidente USA) el 2 de julio de 1881 en la estación de tren de Washington, fue tiroteado por un abogado a quien no se había concedido un puesto consular que había solicitado.
Esta dinámica del botín que a la generalidad repulsa por trasnochada y antidemocrática, resulta que cuando el militante, empresario… destinatario - aunque sea liberal es el destinatario y piense que conforme al dictum de la excepcionalidad de A. Smith no es merecedor de la intervención pública -, es próximo nos parece una excepción virtuosa. La justificamos porque los meritos del destinatario no le hubiesen permitido vivir de su trabajo porque el mercado es cruel y sometido al darwinismo social. A fin de cuentas alguno pensaría que los partidos la mejor oficina de empleo, incluso la conceden sin especialización, ya se creará, pues lo importante no es la función sino el órgano. Entonces qué más da que el Estado se gaste el dinero vía prestaciones de desempleo que creando puestos improductivos. Podría argumentarse que es otra modalidad del Estado asistencial que incluso permitirá a los hijos del clan elegido progresar en el logro del status y que, tal vez, no hubiera conseguido de otro modo. Pero es más incluso es democrático porque cada cuatro u 8 años el clan cambia, salvo los supervivientes.
Alguna mente muy imaginativa añadiría que estas derivas públicas ocasionan litigios, concursos, malestares, decepciones y frustraciones. Incluso enfermedades. Hacen crecer nuevas empresas y hundir otras. Así que un ejército de abogados, arquitectos psicólogos, médicos, consultores económicos y financieros entran en juego y se crea riqueza, por lo que la actividad de fomento del Estado se cumple si bien los indicadores y demás magnitudes de la productividad son distintos.
Para Bernard Mendeville la cosa estaría clara

(… ) Posteriormente el dios Júpiter, “movido de indignación, al fin airado prometió liberar por completo del fraude al aullante panal, y así lo hizo”.
La deidad desterró los vicios pues y vuelve orden, de tal manera que “los Tribunales quedaron ya aquel día en silencio, porque ya muy a gusto pagaban los deudores, aun lo que sus acreedores habían olvidado, y éstos absolvían a quienes no tenían. [...]
Todos los ineptos o quienes sabían que sus servicios no eran indispensables se marcharon; no había ya ocupación para tantos. [...]
¡Contemplad ahora el glorioso panal, y ved cómo concuerdan honradez y comercio! [...]
Se va el espectáculo, velos se esfuman, y aparece con faz muy diferente. Pues no solamente se han marchado quienes al año se gastaban enormes sumas, sino también multitudes que de ellos vivían viéronse obligadas a tomar igual camino. En vano pretenden pasar a otros menesteres, pues todas las profesiones están colmadas.
Los precios de las casas y de las tierras decaen: [...] el arte de construir está casi muerto, los artesanos no hallan empleo. (… )

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