La escuela de negocios de la UCH-CEU acogió
recientemente una conferencia para
tratar la importancia de ser un buen líder con el título “¿Jefes tóxicos en
organizaciones saludables? Impacto de la calidad directiva”. Según el Informe España
es el número 51 del mundo en términos de calidad directiva y me temo que muy
por dejado en los de dirección pública no profesional.
El ponente señala tres tipos de líderes
tóxicos: por estrés, por estrategia, y el
jefe tóxico por naturaleza”. El enfoque del conferenciante está condicionado
por la relación con el personal a su cargo y solo el 20% de las personas quieren ser
líderes, y aquellos que no quieren serlo
son los que acaban siendo tóxicos. Este enfoque se relaciona con el denominado por
T. Golembiewski ‘QWL’ (quality working
life) esto es el indicador del ambiente laboral aplicado al sector público
que depende principalmente de las variables equidad, participación, democracia,
autonomía y seguridad. A la QWL contribuye
en buena manera las cualidades directivas de inteligencia emocional, serenidad
y seguridad, empatía, orientada a los
demás, con capacidad e influir, sobre todo desde su autoridad moral.
Siendo ciertamente muy importante la toxicidad
en este ámbito hay otra específica en el sector público a la que me atrevo a
señalar unas características que tiene
que ver con esa otra denominación de directivo ‘gaviota’ y que con ocasión de
una afirmación de Domique de Villepen en
clara complicidad con el chauvinismo francés, se replicó que dicho pájaro es chillón y deja sus
malolientes y tóxicos excrementos por todas partes”.
Pues bien este directivo, normalmente de designación
política, suele estar apresado por el denominado
‘complejo
de adán’, esto es, esa dinámica que
acompaña a quien llega a un puesto de responsabilidad político-administrativa,
con la creencia de que con él comienza el mundo entendido como ciclo político.
Luego resulta que se va, renuncia, dimisión …
y ni ha termina el ciclo de directivo, ni el político, ni el ciclo de políticas, ni presupuestario, y lo deja todo hecho un asco y
patas para arriba, hasta que llega un nuevo adán.
Ciertamente todo esto está motivado por
la falta de aptitud, pues uno se adapta a la organización en primer lugar, para
luego ir haciendo los cambios de manera incremental, hasta que se tiene el dominio
tecnoestructural. La toxicidad pues está en que en esos cambios apresurados –
para hacer méritos, para destruir lo hecho por el anterior, sobre todo si es
del propio partido y de familia hostil – en los que se gasta tanto tiempo,
recursos y talentos, sobre todo del personal tecnoadministrativo, a quien desmotivan
y desilusionan, obligándoles a una contra rutina inconstante en lugar de sanas rutinas,
estas en el marco de la delimitación
entre lo táctico y lo estratégico.
En nuestro entorno político-administrativo,
pueden verse casos, cosas y causas relacionadas con lo que decimos. El colapso
organizativo raramente es casual, suele ser causal. Ya se nos advirtió por Dijo
ORTEGA Y GASSETT en 1952 que al complicarse en tal grado el proceso de
producción la figura del gerente ha tenido que adelantarse a primer término.
Sin él nada puede marchar. Deprimido el capital, excitados los obreros, siendo
forzoso el empleo de técnicas difíciles,
todo viene a gravitar sobre la capacidad de los gerentes…
(Cfr.vid. Conferencia
sobre “The contribution of managment to European prosperity” organizada por el British Institute of
Management, Torquay,Reino Unido 1952)
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