En la
entrada ‘Asesores y asesorados’ de julio de 2011 ya tuve ocasión de hacer unas
reflexiones sobre los mecanismos de
apoyo a la decisión pública, cuestión de la que en este último periodo docente
he vuelto a repensar, ante la riqueza de acontecimientos que estamos viviendo,
que lamentablemente no existe tiempo para analizar con rigor en su descripción,
y sobre todo la de sus causas.
No sé si
ha pasado ya el tiempo de la oportunidad de la metodología de políticas para
sacarnos de la que estamos. Quizás de haberla utilizado, no estaríamos en esta
situación, pero para salir de él me temo que dicha metodología sea ya insuficiente por sí misma.
Quizá pueda decirse que para restaurar
la Res Pública tampoco sea necesaria dicha metodología vista la causa de muchos
de los problemas, reducibles, el buen ser y al buen hacer político.
Quiere
decirse, se trata más una cuestión de ética que de técnica. Volver al orden
político menos malo, supuesto que de momento parece que sigue estando sobre las
bases republicanas clásicas significa,
hic et nunc, una democracia que respete la separación de poderes; que lo
político no sea siervo o instrumento de lo económico; que los políticos sean
elegidos entre los mejores – aunque no haga falta llegar a los postulados
platónicos o aristotélicos del filósofo-Rey o los aristocracia -; que la Administración sea
sustancialmente profesional y totalmente
capaz; y sobre todo que los mecanismos
de apoyo a la toma de decisiones sean espacio para una élite intelectualmente excepcional, a la
que esté condicionada la acción del político de turno. También se dirá que los
analistas existen y ha estado en las
estructuras de gobierno y decisión, al menos formalmente, en estos últimos
tiempos (¿los 800 asesores de Moncloa?, ¿los asesores de Presidencias,
Consejerías y Alcaldías?). Pues siendo
sí y conociendo algunas
tendencias en la praxis, esta que exige precisar cuál es el rol de estos
analistas.
Al
proponerse por Y. Dror ya en 1967 el rol
de los analistas como servidores de los
Gobiernos, se partió de la hipótesis de que los analistas de sistemas al
uso estaban demasiados influenciados por las decisiones de tipo cuantitativo y de obviar
la potencialidad de la factibilidad política, mediante, precisamente el
uso del poder político. En este planteamiento seminal es precisamente la
creatividad política, la exploración cualitativa y el pensamiento estratégico e
imaginativo el que hace valer el rol del analista.
Un
trabajo de 1995 (Asesores políticos para los Gobiernos) también de Dror apuesta, en contra de la dinámica de la
degradación, por la necesidad de nuevas
élites gubernamentales, capaces de de invertir el proceso del declive de las
capacidades gubernamentales. El autor apuesta por una suerte de
superprofesionales de la política, que estén permanentemente entrando y
saliendo de las estructuras de Gobierno. Su objeto es estar en el núcleo del
desarrollo de las políticas y
precisarían de una nueva reforma en la formación tradicional. Se requiere así de una revolución conceptual
con dos notas principales. Por un lado
capacidad de construir puentes
entre el conocimiento abstracto, histórico y comparado, con las realidades
concretas, que supongan en definitiva, las mejores soluciones a los problemas
planteado. Y de otra parte, debe
combinarse con una nueva capacidad de creatividad política que supere las
opciones al uso. A estas notas debe
añadirse, reflexión frente a la irracionalidad emocional, ética profesional y
capacidad clínica.
El autor
no esconde que nos encontramos ante una
pretensión de elitismo - los mejores de entre los mejores -. A esta élite le es exigible una ultrarracionalidad en sus
cometidos, apostando por crear escuelas ad hoc – escuelas avanzadas de Gobierno
de tres años de duración – con curriculums interdisciplinares, que a la postre
permitan resultados como aquellos que Platón exigía de sus reyes filósofos. Quiere decirse que ahora
también deberían decidir quienes tengan el conocimiento de
antemano.
Las
objeciones democráticas a la legitimación de esta dinámica ya son
conocidas, como también lo son a
ciertas maneras de decidir en la UE (eurocracia). Pero no me parece que sea
carente de democracia que exista un resorte muy cualificado al servicio de la
acción del gobierno, con independencia de cómo se legitime a los representantes
de este gobierno. Los partidos políticos
vuelven a ser el problema y no la
solución en esta cuestión, al estar en sus manos también quienes son los
asesores y los asesorados. De igual manera y no pocas veces los políticos
buscan en diversos espacios (Universidad, expertos,Think-
Tanks,metaevaluadores,…) y a muy generosos importes, un mero asesoramiento legitimador de su actuación ya
decidida.
Autores
expertos en la materia además del citado Dror
(Sharkansky, Meltsner, … cuyos
trabajos obran en Clásicos de la
Administración Pública, FCE, 1999) dan
cuenta de diversos aspectos para ese deseado rol efectivo de los analistas de
políticas. Sin duda se parte del hecho de que el político necesita ayuda para
determinar si una política es apropiada
para la acción gubernamental. Se habla de los siete pecados de los analistas
para exponer que la dinámica es
pecaminosa al estar canalizada, ser distante, ser tardía, superficial, de
temática limitada, caprichosa y apolítica.
En el
análisis de políticas hay instrumentos y metodología sobre cómo decir al político que acierte, siguiendo
una serie de pasos en la toma de decisiones (tiempo suficiente, información
cuantitativa y cualitativa razonable, opciones de las alternativas, consecuencias
imprevistas, daños colaterales, eficiencias no paretianas…). También hay
tendencias de las que hay que huir (populismo, partidismo, clientelismos,
ideologías, predisposiciones técnicas o profesionales, presiones burocráticas,
…)
Vemos
pues vuela pluma que el análisis puede aportar contenido, proceso y método,
cumpliendo su premisas originaria de “ ... from to knowledge of …, to
Knowledge in …” Pero si el analista se limita a otorgar el visado de la legitimación de lo
acordado, fruto bien del consenso, bien de una lectura incrementalista, o bien
de entender la toma de decisiones como una mera asignación de recursos públicos
disponibles, entonces, poca diferencia existe
entre este rol y el cometido habitual del personal asesor. Pongamos un ejemplo desde las políticas
sociales. Es conocido el denominado ‘efecto mateo’, para reflejar que las políticas sociales de
reducción de la desigualdad acaban favoreciendo a las clases medias y no a sus
destinatarios originarios, que se excluyen por diversos factores como la
desinformación, marginalidad,… Por mor del efecto, que alude a la parábola evangélica, recibe más, quien más
tiene. Todo analista en políticas sociales deberá, máxime en época de
vacas flacas, incidir en evitar este efecto y
buscar la máxima prioridad y eficacia de los programas al efecto y
alejarse de la mera justificación política de cumplir con los presupuestos.
Ciertamente
para el cometido del analista es necesario la teoría cuantitativa, el análisis
sistémico, pero debe profundizarse en el campo de la ciencia política y en el
de la ciencia de la Administración Pública, si se pretende que el analista de
políticas aporte verdadero valor público. No es un mega hombre, tampoco un mero
voluntarista, lo que se precisa es que
sepa buscar el saber necesario y
canalizar los aportes necesarios para el problema concreto desde el
análisis histórico, comparado,
sociológico, jurídico,…
El
analista ha de situarse disperso a lo
largo de la tecnoestructura pública y no
sola o necesariamente en puestos de
gabinete ministerial, toda vez que ha de
contribuir al logro de la máxima racionalidad en la toma de decisiones, o
incluso a evitar la máxima limitación de la misma por mor de la falta de tiempo
y de información, además de las presiones, emociones, ideologías. Ha de
aportar un enfoque político, pero
también científico aplicado al supuestamente racional y legítimo deseo
ideológico de innovación o mero cambio.
Si el
analista prende hacer la carrera del político, acabara convirtiéndose en un
legitimador de éste, para luego, incluso hacer
lo mismo. Este no es en puridad una analista, pues en este rol debe asesorar
al político sobre las posibilidades de éxito o de fracaso en su gestión.
Ha de asumir la consciencia de la ambiguedad y de la frustración del
mundo de la política, en modo alguno en manos de ingenuos. Tiene en definitiva que ser
consciente de que el análisis tiene un límite y muchos de los problemas son
insolubles y ha de ayudar al decisor a enfrentarse a problemas sin solución, en
cuyo caso por ejemplo tendrá que
luchar por evitar
los mayores males directos o colaterales.
Me parece
además que ya no es momento para las Escuelas de negocios, los MBAs y demás
propuestas para yuppies de los ’90. No
es esa la filosofía que se espera
y menos todavía de quienes las han venido sustentando y propiciando en
los últimos tiempos. No son las finanzas las recetas primordiales, pues siendo
importante la economía, no es el elitismo en sí y las buenas relaciones la
clave del éxito organizacional, pues este ha de residir por concepto en el valor añadido, en el valor
público de la política y sus políticas derivadas. Se trata de otros valores con los que hay que
jugar la partida de ahora. Es la equidad, son nuevos escenarios dinámicos, es
otro tipo de bienestar el que la política debe procurar. Recordemos que en 2009
dejamos anotado que Mintzberg, en su
obra ‘Directivos, no MBAs’, argumentaba ya
del error de la educación en gestión actual, fundamentado que los
directivos precisan de visión, experiencia, y ciencia. Esta última y el entusiasmo por los resultados cortoplacistas
hace al trípode cojo.
El
análisis propuesto en esta consideración contribuirá a hacer de la política
algo más exigente de lo que ha venido siendo y de la degradación de las élites
decisoras. Hacer las cosas de otra manera, tal vez necesite el paso por esta
lógica.
es de nuevo un gusto, leer los artículos que compartes en tu post. saludes.
ResponderEliminar