sábado, 17 de junio de 2023

“Sine ira et studio”: Normatividad para la Gestión Pública Pública continental (3)

  En prensa de hoy se lee que el segundo escalón, será más clave que nunca en la gestión del Consell valenciano. La denominada zona púrpura, de interfase, de asesoramiento ha estado muy carente en general, porque ni hay personal especializado ni estudios especializados, hay formación diversa, dispersa y fragmentada, a mi juicio son la propuesta de Dror (Delta Type y otros) es la que más se parece a lo que necesitamos ya, pero no mañana.

Siguiendo con el método dialéctico o dialógico entre renovación e innovación hay que partir del sentido moderno de la política de Weber, al entender por ‘política’ la dirección o la influencia sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de un Estado. Este Estado es ya en su tiempo un incipiente Estado Administrativo cuyo estatus definitivo y equivalente al Big Goverment se dará en la década de los ’50 con Waldo y Morxtein Marx. Un Estado que solo trabaja mediante su Administración que es   permanente, funcional, vicarial, heterofinalista e instrumental.

La regla 5-5-3 de Mayntz explica como los fines políticos del Estado, se realizan técnicamente mediante los instrumentos propios de la acción administrativa y políticamente con los programas gubernamentales. Hay un rol político y otro técnico, que la historia ha ido separando paulatinamente, en España desde que en los juristas fueran sustituyendo a los nobles en determinados cargos público y la prohibición de su venalidad.

Es cierto que esta separaciones distinta en las tradiciones mientras que las funciones públicas fueron más políticas en la Grecia clásica, en la Roma imperial se fueron funcionarizando, hasta que en la Administración Pública moderna la puissance publique política abstracta del Estado  se concretó en el pouvoir fonction publique   administrativa del Magistrado, Prefecto o Inspector.  

Weber en El Político y el científico (1919) consideró que en el Estado moderno el funcionario tendría que desempeñar su cargo ‘sine ira et studio’, sin ira y sin prevención. El funcionario se honraba con su capacidad de ejecutar precisa y concienzudamente, como si respondiera a sus propias convicciones, una orden de la autoridad superior que a él le pareciese falsa, pero en la cual, pese a sus observaciones, insiste la autoridad, sobre la que el funcionario descarga, naturalmente, toda la responsabilidad. Sin esta negación de sí mismo y esta disciplina ética, en el más alto sentido de la palabra, se hundiría toda la máquina de la Administración – entre otras razones por el principio de unidad de acción -.

Sin embargo para los políticos, tanto los jefes como sus seguidores, su lema sería el de ‘ira et studio’ La Parcialidad, lucha y pasión constituyen los elementos del político y sobre todo del caudillo político. Si se ha de ser fiel a su verdadera vocación, el auténtico funcionario no debe hacer política sino limitarse a “administrar”, sobre todo imparcialmente El honor del caudillo político, es decir, del estadista dirigente, es la asunción personal de la responsabilidad de todo lo que hace, que no debe ni puede rechazar o arrojar sobre otro.  

La consecuencia de esta dicotómica e ideal dualidad paradigmática conlleva a que toda actividad de una u otra, está bajo un principio de responsabilidad distinto y opuesto. Así Weber en el Político y científico manifiesta tras describir los tipos ideales toda acción ética orientada puede a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí e irremediablemente opuestas.

Quien actúa conforme a una ética de la responsabilidad, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio, pues no se tiene ningún derecho a suponer que el hombre es bueno y perfecto y no se siente en situación de poder descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción que él pudo prever.

Quien actúa según una ética de la convicción, sólo se sienten responsables de que no flamee la llama de la pura convicción.

 Pero para el autor ninguna ética del mundo puede eludir el hecho de que para conseguir fines ‘buenos’ hay que contar en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos, peligrosos, y con la posibilidad, e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver tampoco cuándo y en qué medida quedan ‘santificados’ por el fin moralmente bueno los medios y las consecuencias laterales moralmente peligrosas.

 

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