En prensa de hoy se lee que el segundo escalón, será más clave que nunca en la gestión del Consell valenciano. La denominada zona púrpura, de interfase, de asesoramiento ha estado muy carente en general, porque ni hay personal especializado ni estudios especializados, hay formación diversa, dispersa y fragmentada, a mi juicio son la propuesta de Dror (Delta Type y otros) es la que más se parece a lo que necesitamos ya, pero no mañana.
Siguiendo con el método dialéctico o
dialógico entre renovación e innovación hay que partir del sentido moderno de
la política de Weber, al entender por ‘política’ la dirección o la influencia
sobre la dirección de una asociación política, es decir, en nuestro tiempo, de
un Estado. Este Estado es ya en su tiempo un incipiente Estado Administrativo
cuyo estatus definitivo y equivalente al Big Goverment se dará en la década de
los ’50 con Waldo y Morxtein Marx. Un Estado que solo trabaja mediante su
Administración que es permanente, funcional, vicarial,
heterofinalista e instrumental.
La regla 5-5-3 de Mayntz explica como los
fines políticos del Estado, se realizan técnicamente mediante los instrumentos
propios de la acción administrativa y políticamente con los programas
gubernamentales. Hay un rol político y otro técnico, que la historia ha ido
separando paulatinamente, en España desde que en los juristas fueran
sustituyendo a los nobles en determinados cargos público y la prohibición de su
venalidad.
Es cierto que esta separaciones distinta
en las tradiciones mientras que las funciones públicas fueron más políticas en
la Grecia clásica, en la Roma imperial se fueron funcionarizando, hasta que en
la Administración Pública moderna la puissance publique política
abstracta del Estado se concretó en el pouvoir y fonction
publique administrativa del Magistrado, Prefecto o
Inspector.
Weber en El Político y el
científico (1919) consideró que en el Estado moderno el funcionario
tendría que desempeñar su cargo ‘sine ira et studio’, sin ira y sin
prevención. El funcionario se honraba con su capacidad de ejecutar precisa y
concienzudamente, como si respondiera a sus propias convicciones, una orden de
la autoridad superior que a él le pareciese falsa, pero en la cual, pese a sus
observaciones, insiste la autoridad, sobre la que el funcionario descarga,
naturalmente, toda la responsabilidad. Sin esta negación de sí mismo y esta
disciplina ética, en el más alto sentido de la palabra, se hundiría toda la
máquina de la Administración – entre otras razones por el principio de unidad
de acción -.
Sin embargo para los políticos, tanto los
jefes como sus seguidores, su lema sería el de ‘ira et studio’ La
Parcialidad, lucha y pasión constituyen los elementos del político y sobre todo
del caudillo político. Si se ha de ser fiel a su verdadera vocación, el
auténtico funcionario no debe hacer política sino limitarse a “administrar”,
sobre todo imparcialmente El honor del caudillo político, es decir, del
estadista dirigente, es la asunción personal de la responsabilidad de todo lo
que hace, que no debe ni puede rechazar o arrojar sobre otro.
La consecuencia de esta dicotómica e ideal
dualidad paradigmática conlleva a que toda actividad de una u otra, está bajo
un principio de responsabilidad distinto y opuesto. Así Weber en el
Político y científico manifiesta tras describir los tipos ideales toda
acción ética orientada puede a dos máximas fundamentalmente distintas entre sí
e irremediablemente opuestas.
Quien actúa conforme a una ética de la
responsabilidad, toma en cuenta todos los defectos del hombre medio, pues no se
tiene ningún derecho a suponer que el hombre es bueno y perfecto y no se siente
en situación de poder descargar sobre otros aquellas consecuencias de su acción
que él pudo prever.
Quien actúa según una ética de la
convicción, sólo se sienten responsables de que no flamee la llama de la pura
convicción.
Pero para el autor ninguna ética del
mundo puede eludir el hecho de que para conseguir fines ‘buenos’ hay que contar
en muchos casos con medios moralmente dudosos, o al menos, peligrosos, y con la
posibilidad, e incluso la probabilidad de consecuencias laterales moralmente
malas. Ninguna ética del mundo puede resolver tampoco cuándo y en qué medida
quedan ‘santificados’ por el fin moralmente bueno los medios y las
consecuencias laterales moralmente peligrosas.
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