En una obra del 2009
del británico Robert Jessop
titulada ‘El futuro del Estado capitalista’ , se analiza la
relación entre capitalismo y Estado del Bienestar, con la hipótesis
teorética de que capital y trabajo, como
elementos centrales del capitalismo, no
son reproducibles con dosis de estabilidad en el juego
del mercado, sino que se hace indispensable, , la participación del
Estado como proveedor de mecanismos de regulación y gobernanza.
Ante la paulatina desaparición del modelo de Estado Nacional
de Bienestar Keynesiano (ENBK) o fordista, Jessop sólo ve como único tipo al surgido en el New Deal norteamericano, al considerar al salario como impulsor básico de
la demanda, lo que explica la necesidad del pleno empleo. Este modelo ha sido progresivamente
sustituido por el del Estado Competitivo Schumpeteriano, o Estado Trabajista (Workfare State), definido por una mayor
orientación de sus funciones a la competencia internacional, ante el impacto de
la globalización y la búsqueda de nuevas vías de acumulación de capital en el nuevo
contexto postfordista.
Aquí hemos de recordar que el denominado ‘welfare state/warfare state’, simiente
del ENBK, surge en la distinción
del Arzobispo Temple quien distinguiría
en el periodo de la II guerra mundial
entre sociedad del bienestar frente al
malestar del estado de guerra propio del régimen nazi. Esta distinción
sería recogida el informe Bedveridge de
1942 sobre la reorganización de la
seguridad social. Ya en 1939 se efectuaría por A. Zimmen una
contraposición entre welfare y power state ara diferenciar las democracias de los
totalitarismos. Por lo tanto no puede olvidarse la relación entre WS/ENBK y
democracia occidental en el marco económico de una sociedad de mercado.
Así se
evolucionará hacia el ‘workfare state’
como modelo social postkeynesiano, que
presupone unas prestaciones sociales condicionadas a la contribución al sistema
mediante la prestación del trabajo. No se basa en el principio de solidaridad,
sino en el de mérito. Es obvio pues que conlleva un retroceso en los niveles
del bienestar social (welfare backlash) Aquí se refleja la denominada ‘vuelta a la
sociedad’, como creación de opinión de que determinadas prestaciones sean
devueltas a la sociedad civil ante la sobrecarga pública o la imposibilidad o
manifiesta ineficacia o ineficiencia en su provisión pública. Supuesto
contrario a la esperanza de Estado, como proceso de trasferencia de la gestión
del bienestar desde la familia al Estado. El contribuyente quiere rentabilizar
sus aportaciones al sistema y que redunden en outputs de los que pueda beneficiarse
directamente.
Seguro que
esta nueva lectura del WS tienen muy en cuenta el problema del ‘free rider’, esto es, el usuario gratuito de un servicio o bien
público, a quien se denomina Polizón o
consumidor libre de carga, lo que incluye
a aquellos miembros de un colectivo que amparados en las características
de los bienes públicos, se benefician de la producción de los mismos sin
contribuir a su financiación. En el concepto se incluyen tanto los que pueden
como no contribuir económicamente al sistema por ser impedidos de trabajar (deserving poors), excluidos sociales (underclass), o los trabajadores en
condiciones precarias (working poor).
Siguiendo a C.J.
Fernández en la recensión del libro de Jessop en el Workfare State el salario ha dejado de ser considerado como
impulsor de la demanda, es más un coste
de producción que incide en la
competitividad. En ello el nuevo Estado se fomenta la innovación y el
emprendimiento, y dejando de lado la atención a demandas de seguridad y consumo
colectivo
Frente a la idea predominante de que la
hegemonía del neoliberalismo ha significado, fundamentalmente, la retirada del
Estado, Jessop arguye que, salvo algunos
casos excepcionales, el Estado del Bienestar no se ha replegado de forma
significativa. Ha adoptado diferentes formas contingentes y multiformes,
por mor de la adaptación a la lógica de la globalización, que conlleva una
subordinación de la política social a la económica. A esto responde el Workfare
State, obligación de trabajar como respuesta a los recortes en prestaciones sociales.
Aquí nos hemos quedado con la crisis, pues el
workfare tampoco ha servido para salvar el WSE, más allá de la imposición de deconstrucción
y decrementalismos en las políticas. La praxis y el empirismo de esto últimos
tiempos nos dice;
§ que el tipo ideal de
Estado está por implementarse en buena
parte de sus bondades teoréticas;
§ que los excesos del Estado
total también han dado los resultados perversos conocidos; que por norma no son los más desfavorecidos
quienes más se sirven del Estado (vg. el ‘efecto mateo’ en las políticas
sociales);
§ que un liberalismo incoherente le viene muy bien que Estado gaste masivamente
en aquellas actividades en las que esta inmersos, tengan o no valor público, contradiciendo
radicalmente el espíritu de Adam Smith;
§ que la actividad de
fomento del Estado se ha convertido en un corralito de intereses y de captura de políticas (pork barrell spending);
§ que los que pregonan
políticas sociales y subvenciones al
uso, no son quienes en sus organizaciones lo llevan con coherencia; que las
consultoras han conseguido una dinámica de ‘Garbage can’ – un problema para una
solución – por mor de la venta de paquetes de modernización administrativa ‘one size
fits all’ que poco valor publico han conseguido;
§ que lo público es
privado y viceversa se nos impone en función de no sé qué lógicas maniqueas y
perturbadoras; y que, en definitiva, el sistema está atrapado por la
racionalidad economicista toda vez que la unviersitas
termina convirtiéndose en la particularitas.
Y todo esto
pasa a pesar de que hay un marco teórico al que acudir, por ello política y religión
en esto van de la mano. ¿De la ortodoxia a la heteropraxis, o de la hetedoroxia
a la ortopraxis? Para salir de este dilema, en busca de un nuevo mañana, tal
vez convenga empezar por volver al significado radical de la economía – Oiko nomos – Que no se diga que no hay
ya una buena masa crítica de voceros y
adalides de esto, pero que, tampoco se diga, que esto es tarea de un día, ya
que como apuntara C. Lindblom el método racional comprensivo (raíz) es harto difícil,
ante la racionalidad limitada del decisor, por lo que el pragmatismo ha
impuesto el de comparaciones limitadas sucesivas (rama).
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