Una acepción del pretorianismo hace
referencia a la influencia política que de forma abusiva se realiza por parte
del poder militar, en áreas
fundamentalmente legislativas. La
solución pretoriana no supone el apoderamiento temporal a un diktator,
pero sí un control sobre un poder civil no fiable. Pero el pretorianismo también puede entenderse como situación excepcional en la
que la labor política es fiscalizada por el Pretor con imperio
jurisdiccional, en un ambiente excepcional.
La excepción puede derivar cuando la corrupción (manos limpias en
Italia) o la ineptitud está haciendo que el Juez ordinario se pronuncie
constantemente sobre el curso político. Se ha recordado la necesidad de un
fiscal en materia de cuentas
autonómicas.
En suma hay un traspaso de la
legitimación jurídica y democrática hacia el poder judicial, por parte de la
sociedad. Uno de los poderes públicos ajusta los excesos de otro.
Está claro que eso no es bueno porque
significa un mal funcionamiento del sistema, en revisión constante en el taller
(juzgado). Lo deseable es que el servicio de mantenimiento (tecnoestructura)
funcione permanente y haga las revisiones a tiempo.
Ya vimos posible lo que ha pasado con
Bélgica en el que durante cerca de un años ha habido Administración sin
Gobierno político. Pues todo apunta a que en nuestra Comunitat Valenciana, y sin
alteración formal de los fundamentos
democráticos, estamos ante un pretorianismo de interinidad, hasta que se depure
convenientemente el aparato político, sin perjuicio del uso perverso de la
judicialización de la vida política que también sucede.
El poder
judicial ha declarado
los errores de los despidos
colectivos de la Agencia Valenciana
de Movilidad, RTVV, IVVSA; la disconformidad de que los médicos se jubilen
a los 65 años; el recorte a los interinos y las pagas extraordinarias; el modo
de solucionarse el accidente del Metro; la nulidad de RPTs de Consellerías; La falta de transparencia en el Consell… Pronto, entre esto, la CV vendida a foráneos,
los incendios, tendremos un solarcito por paisaje social y humano.
Tal vez todos estos fracasos sean la
causa de tanta dimisión entre los altos cargos, en una suerte de tonto el
último o del sálvese quien pueda. Dinámica comprensible pero en la que habrá
que reconocer mérito a aquellos que se quedan tocando el violín mientras el
Titanic se hunde del todo.
Súmese que también la UE o el gobierno
central no están nada satisfechos de cómo se gestionan las cuentas públicas, y
al final nos encontraremos con un sistema colapsado sistémicamente por la mala
gestión, y ahora ya no se puede echar la culpas a los hostes reales o inventados.
He oído decir que de abordarse medidas de
remedio a la situación del sistema autonómico, estas tardarían no menos de cinco años en
revitalizar la Administración
autonómica, pero estoy convencido de que
estas medidas tendrían que empezar por
un cambio en la provisión y funciones de los Subsecretarios. Estos junto con los Interventores y la
Inspección general de servicios tienen que constituir el trípode de la
tecnoestructura administrativa. Y a
estos efectos, recuérdese que los Subsecretarios en España surgieron por RD de
17 de junio de 1834 con la finalidad de asistir a los ministros proporcionando
una clasificación más metódica de los
negocios y facilitando una pronta expedición de ellos, requiriéndose para su
provisión el haber sido Senador o Diputado a Cortes, como se recoge por GASCÓN I MARÍN en su Tratado Derecho Administrativo de 1922.
Para evitar dar juego al pretorianismo en el futuro– en el
caso que nos ocupa ya inevitable - , además
de lo señalado, a aquellos que en nombre
de su opción política totalizan la
colectividad y se creen los únicos guardianes de la verdad, les diría que menos tomar en vano el nombre de la sociedad y de la democracia, menos
aún los sentimientos espirituales y cuando gestionen lo público, hagan caso de
ese principio en el que han convergido
las religiones como punto de encuentro; Haced
con los demás lo mismo que quisierais que hicieran con vosotros
(Declaración del Parlamento mundial de religiones de Chicago 1933).
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