domingo, 8 de octubre de 2017

Mentira y poder político. Seudología VII


Miguel Catalán, profesor compañero en el CEU de Valencia  nos ofrece  Mentira y poder político el número VII de su ingente  Tratado de  Seudología, que se inició con El prestigio de la lejanía, Ilusión, Autoengaño y Utopía, sabido que la seudología   es el  trastorno mental consistente  en creer sucesos fantásticos como realmente sucedidos.
Ahora nos muestra Miguel otro escenario típico de las prácticas engañosas que nos lleva en un largo viaje por el reino de la falsía, donde se despliegan  todas las mentiras y engaños de la acción humana. Aquí en el número de las mentiras detestables se coloca en primer lugar la del poder político, que es el poder en su máxima expresión. Ésta es el peor de todas las formas de engaño y  aunque también sirva para mantener la paz social,  el engaño político ocupa el puesto más bajo en el conjunto del tratado porque agrega al uso de la fuerza que funda todo dominio la superchería legitimadora que permite a los fuertes ahondar la explotación secular sobre los débiles.
Para el autor el disimulo y la falsedad en interés propio son intrínsecos a todo poder constituido no sólo debido a la mentalidad necesaria para lograr y conservar el mando, sino también debido al origen criminal de ese mando pues  en todo tiempo, en efecto, existe un factor invariable para las ficciones interesadas del gobierno: la necesidad de ocultar la causa originaria, objetiva y al tiempo inconfesable, del actual dominio de unos hombres sobre otros, a saber, la violencia y la opresión.  El  pensamiento intelectual no ha sido ajeno a esta dinámica  pues Max Weber nos diría que  el objetivo normal de la guerra  fue obtener tierras fértiles que produjesen rentas sobre el suelo; Luis de Sant Just que el primer rey de cada dinastía es un usurpador Murray Rothbard que el Estado es una institución de robo a gran escala o añadiríamos  que  según G Burdeau que el hombre inventó al Estado para no obedecer a otros hombres y Ralph Emerson que al que juró hasta que ya nadie confío en él; mintió tanto que ya nadie le cree; y pide prestado sin que nadie le dé; le conviene irse a donde nadie lo conozca.
Miguel Catalán dedica unas paginas a la Administración Pública  y su fisco  ( Capítulo III en los apartados 'El Estado como producto de la guerra y la guerra como forma política del expolio'; 'el fisco como producto del expolio' y 'Fisco y Administración') a en la que no sale históricamente muy bien parada 

(…) La lucha entre los señores feudales y la autoridad real que acabaría imponiéndose era también una lucha por la jurisdicción sobre la gallina de los huevos de oro: el siervo o vasallo ínfimo que permitía a unos y otros vivir sin trabajar. El mismo Parlamento nació entre los siglos XIII y XIV a causa de la necesidad real de obtener beneficios por las cargas impositivas para llevar a cabo acciones bélicas. Las asambleas representativas de los explotadores reunidos por el rey se dedicaban en parte a buscar e imponer nuevos tributos y a repartirse los ya existentes , y en un principio eran vistas con reticencia por los señores feudales, pues implicaban peticiones impositivas del monarca que a duras penas podían arrostrar. Las disputas fiscales y jurisdiccionales entre el Parlamento y la Corona por cuestiones que en Inglaterra se resolvieron a favor del primero, terminaron en Europa llevando a las monarquías absolutistas. Andando el tiempo, la sustitución de las monarquías absolutistas por los estados modernos más racionales y organizados no mitigó el abuso sobre los trabajadores, pues los privilegios de los terratenientes y de las clases señoriales fueron asumidos por la administración estatal; la ingente organización burocrática y militar de ese “espantoso organismo parasitario” (Marx) que es el Estado no ha hecho sino perfeccionar, con el agigantamiento del ejército y la masa funcionarial, una máquina de opresión de la que cada partido toma posesión con gusto al ganar las elecciones . La inmensa organización burocrática y militar que denunciaba Marx ante el fracaso de la revolución de 1848 (medio millón de funcionarios en la Francia de mediados del siglo XIX) sólo tiene sentido por la enorme importancia del expolio fiscal cuando la riqueza de los países aumenta con el desarrollo de la técnica y la liberación de las trabas feudales. A tal expolio obedecían ya los censos y catastros realizados por los Estados y sus administraciones a lo largo de la geografía y de la historia (...)
Yo al menos en este libro, en el que me honro haber colaborado muy modestamente con el autor, veo argumentos de porqué la Ciencia de la Administración  ha fallado en su normatividad o ha sido tachada de ingenua, y porque buena parte de algunos notables pensadores no han podido poner en práctica sus deseos o incluso se han pasado al lado oscuro, y al final no nos queda el derecho como remedio reparador.
De la mentira como variable fuerte del comportamiento humano es consecuencia la falacia de decisiones ancladas en  la buena administración o la de la buena fe en los negocios, son presunciones del sistema y cuyas razones  pueden encontrase en la reciente obra.  

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